La política sin el pueblo
"- Es, por tanto, obra nuestra, de los fundadores - continué yo -, obligar a los mejores hombres a volverse hacia la ciencia que antes hemos reconocido como la más sublime de todas, a ver el bien y a realizar la ascensión de la que hemos hablado y, después de haber llegado a esa cumbre y vean suficientemente [el bien], no les permitamos lo que ahora les permitimos.
- ¿Qué es, pues?
- El permanecer allí - contesté yo - y no querer descender ya más con aquellos prisioneros ni tomar parte en sus trabajos y en sus honores, más o menos estimables.
- Entonces - dijo -, ¿atentaremos contra sus derechos y haremos que vivan peor, pudiendo ellos tenerla mejor?"
Ciertamente, ni siquiera es posible afirmar, en su defecto, que han salido de la caverna para conocer el bien. Se han quedado en ese mundo de imágenes y representaciones equívocas e hipócritas con las que manejan el destino de cualquier pueblo. Queda lejos, pues, la vuelta hacia el interés del ciudadano de la calle. El político actual no vive para el pueblo, sino que es el pueblo el que vive para él, para el interés del partido al que representa. Y no solo hablo de un grupo concreto, sino de todos en general.
Consiguientemente, el bien común se ha perdido debido a todas esas visiones contradictorias que luchan por las migajas de un poder decadente manifestado en intereses particulares y utilitaristas. Ahí queda la idea platónica de "obligar a los mejores hombres a volverse hacia la ciencia que antes hemos reconocido", de mostrar qué es lo que pueden y no pueden hacer, por dónde deben pasar sus acciones políticas. No nos encontramos en uno de los estados totalitarios que Hobbes tan bien describe en el capítulo dedicado a las leyes civiles en el "Leviatán". Ese paradigma de Estado fue superado hace tiempo, y no debemos caer de nuevo en sus pérfidas garras.
El político debe volverse hacia el pueblo y realizar su tarea para el bien y mejora del pueblo, y nunca sin el pueblo. El pueblo ya no se contenta con "pan" y "circo", el pueblo quiere que se le escuche, y es el pueblo quien ha elegido a sus representantes, pero esto no es óbice para que los políticos justifiquen acciones no reconocidas por aquellos que en su día les votaron. Si hay que atentar contra la opulencia de sus vidas y contra unos derechos que nadie en ningún momento les ha reconocido, así habrá de ser. Pero no les "podemos permitir lo que ahora les permitimos".