19 julio 2007

La historia como narración

Introducción

La fuerza que ha tomado la narración como el método del conocimiento histórico en las tres últimas décadas ha provocado el consiguiente decaimiento de todas las antiguas formas asentadas en presupuestos marxistas, positivistas y cientificistas. El auge, nuevamente, de un conocimiento histórico basado en la narración, más cercana a la literatura que a la propia definición de un vocabulario técnico que asegure la objetividad del conocimiento histórico, ha propiciado un amplio campo de pensamiento teórico dedicado a defender y a ver los posibles problemas, tanto metodológicos como epistemológicos, que tiene la narración como principal método que el historiador utiliza para acercarse al pasado[1].

Sin embargo, la narración histórica no ha estado libre de controversias ni lo estará, ya que un conocimiento histórico tan apegado a las formas lingüísticas literarias puede perder de vista que su principal trabajo es la búsqueda de la verdad, y en cuanto la narración histórica cruza la frontera de la mera imaginación y deja atrás la realidad sucede que el historiador deja de historiar para comenzar a fabular. Por lo tanto, es una afirmación completamente cierta que, aunque la narración se convierta en el punto sobre que el pivota el conocimiento histórico, este no es un conocimiento sin un grado de certeza y objetividad necesario, sino que, en cuanto se trata de una ciencia que busca un estatuto científico, tiene que asimilar los rigores de ser considerada de esa forma.

Así pues, surge la necesidad de realizar una teorización sobre la praxis que conlleva realizar la narración histórica, y nada se aleja más de la verdad que la idea de que la historia se apoya tanto en “el testimonio dado por testigos veraces”[2], tanto oral y escrito, como en el “vestigio –huella del pasado que no fue destinada a transmitir su recuerdo a la posteridad”[3], porque, como ya se sabe, la materia del ser histórico tiene tres características esenciales, que son: la temporalidad, la libertad y la sociabilidad[4]. Sin embargo, hay que recordar que esto no es óbice para considerar cualquier acción humana como merecedora de ser partícipe del punto de mira histórico, porque solo aquellos eventos que han dejado su impronta en su presente y en un futuro próximo, que han modificado el curso de una sociedad o que, de algún modo, han influido fuertemente en el curso histórico son galardonados con el honor de ser investigados por el historiador. Y esto es de lo que está tratando H. Arendt cuando afirma que “lo grande era lo que merecía la inmortalidad, lo que debía ser admitido en la compañía de las cosas que duraban para siempre, rodeando la futileza de los mortales con su majestad insuperable”[5].

No es por eso extraño que la historia haya vuelto a centrarse en la narración para desarrollar su contenido. La razón de esta vuelta es la manifiesta necesidad del pensamiento humano de buscar la conexión de cualquier proceso, tanto mental como real. El ser humano necesita encontrar las causas y los efectos de todo aquello que le rodea, y esta no es una necesidad baladí, en cuanto que se demuestra por el avance científico. La ciencia avanza mediante la búsqueda de las causas, y todo ello porque el modo de conocer humano se estructura de esa forma, a saber, según una causa y un efecto, y sino solo hay que mirar a las sociedades más primitivas de Homo Sapiens- Sapiens, en las que el culto a seres poderosísimos explicaba los cambios climáticos, la muerte y toda clase de sucesos que aún no eran explicables por causas racionales.

Así pues, la mejor forma para realizar el conocimiento histórico estará basado en la narración y no solo por algunos de los motivos metafísicos, antropológicos o epistemológicos anteriormente apuntados, sino porque “la forma, la configuración propia de lo histórico, tiene el modelo indefinido de la sucesión, en cuanto que la acción recibe la carga del pasado y prepara la ruta del futuro. La forma de los actos históricos es una trascendencia indefinida”[6].

Con todo, no está de más mostrar como se desarrollaba la ciencia histórica antes de este resurgir de la narración como método del saber histórico, y para ello, podemos detenernos en el análisis y comparación de un texto de Walter Benjamín sobre la figura del narrador y la visión que tenía sobre la narración histórica el marxismo y la escuela de Frankfurt.

La narración histórica

El ocaso de la narración y las características del narrador

Walter Benjamin inicia este breve artículo con la siguiente afirmación: “El narrador –por muy familiar que nos parezca el nombre- no se nos presenta en toda su incidencia viva. Es algo que de entrada está alejado de nosotros y continúa a alejarse aún más”[7]. Parece claro que Benjamin va a explicar las características del buen narrador y cuáles son los motivos por los que este está perdiendo su posición eminente ante el discurso histórico. Por lo tanto, si el narrador comienza a alejarse, resultará que el conocimiento histórico producido desde la narración no será valido.

Para Benjamin, una de las causas que “nos dice que la narración está tocando a su fin”[8]la experiencia. Piensa este autor que la experiencia de los testigos es la base para toda buena narración, pero desde la Guerra Mundial la experiencia se ve empobrecida porque el ser humano se encuentra “rodeado por una campo de fuerza de corrientes devastadores y explosiones”[9] de las que no puede hacer partícipe a nadie. Y no es menos cierto que “la experiencia que se transmite de boca en boca es la fuente de la que se han servido todos los narradores”[10], porque como se afirmó antes es esta la que puede montar un buen discurso histórico ya que es ella la que se encarga de mostrar al presente los hechos pretéritos. es la progresiva muerte de

Y esto es lo que se afirma al decir que “la memoria personal se queda paralizada en ocasiones por el miedo a recordar […]. Pero, en todos los casos, sea por exceso o por defecto, la herida abierta de una memoria no cauterizada sigue ahí: si no sale en el momento oportuno, después aparece en forma de pus”[11]. Y si como dice H. Arendt “cualquier pena es soportable si se puede contar una historia”, entonces no queda más remedio que ahondar en la experiencia en busca de un discurso histórico que permita escapar del sufrimiento doloroso.

El narrador, que en este caso se convierte en historiador debe recopilar el mayor número posible de testimonios, por muy fragmentados y sesgados que estén para formarse una certeza histórica sobre aquello que quiere narrar. Por lo tanto, el juicio histórico se basa en un primer momento en la fe que el historiador tiene sobre los testimonios que recopila, con el fin de desechar aquellos que no son fiables y utilizar los que le convencen de que los testigos “han conocido bien el hecho y ha de estar seguro además de que él mismo ha entendido el testimonio dado”[12]. Hace falta, pues, una adecuada metodología del testimonio y una criba firme sobre los conceptos comunes y propios que el historiador trae consigo a la hora de elaborar el curso histórico[13].

Así pues, Benjamin considera que “un rasgo característico de muchos narradores natos es una orientación hacia lo práctico”[14], y considera que toda narración aporta consejos sobre la continuación de una historia en curso, y esto no se aleja de lo que nosotros entendemos por narración histórica puesto que, “historiar es calibrar o medir la repercusión de un pasado en un presente”[15], es decir, el hecho pretérito mantiene una continuidad con el presente que permite el conocer histórico, y por ello, la historia es un saber acumulativo. Con todo, se hace evidente que “todas las sociedades, a lo largo de la historia, han tratado de dominar su pasado, porque eran conscientes de que dominando su pretérito, aseguraban su presente y afrontaban con mayor seguridad su futuro”[16].

Por lo tanto, parece esencial al conocimiento histórico esa perdurabilidad que tiene en el presente, esa extraña y velada influencia que realiza sobre los acontecimientos que se dan en un tiempo actual. Sin embargo, Benjamin opina que el aspecto del consejo desaparece, tanto en cuanto, desaparece la sabiduría, que no es más que experiencia extraída de los materiales de la vida vivida; por lo que, inevitablemente, el arte de narrar se acerca a su fin[17].

Además, para él, la novela se convierte en uno de los indicios que llevan al ocaso de la narración, como si por algún aspecto causal este género estuviese condenando la transmisión de la experiencia que, a su juicio, solo puede realizar el narrador cuando transforma su experiencia en la de aquellos que escuchan su historia. Y no es más curioso que condene al novelista a su soledad, pareciendo así que la novela se transforma en una especie de invención imaginativa alejada de la concepción que Benjamin tiene de la experiencia. Parece ser que la novela no puede transmitir ningún consejo ni enseñanza práctica[18]. Sin embargo, admitir esto, pasa por admitir las implicaciones que trae consigo el concepto de “experiencia” que Benjamin utiliza, puesto que de otro modo, negar el valor de la novela como género literario no se sostiene.

Mas bien, la crítica que Benjamin parece dirigir a la novela se encuentra secundada por sus posturas marxistas, por las que declara que “la novela, cuyos inicios se remontan a la antigüedad, requirió cientos de años hasta toparse, en la incipiente burguesía, con los elementos que le sirvieron para florecer. Apenas sobrevenidos estos elementos, la narración comenzó, lentamente a retraerse a lo arcaico”.[19] Sin embargo, parece que Benjamin se fija más, para realizar su crítica, en la calidad de la narración, que se ve afectada por todas esas formas narrativas que no son las propiamente históricas, pero esto no logra que la narración sucumba, puesto que la narración no le pertenece a un solo género, sino que se interrelaciona con muchos otros. Con lo cual, se puede afirmar con Benjamin que la narración pierde calidad por la mengua de la experiencia, pero no llevar la postura hasta la radicalidad afirmando su progresiva desaparición.

Parece, por lo tanto, necesario buscar otro motivo que lleve a Benjamin a augurar la muerte de la narración, y este parece encontrarse en la información. Piensa, principalmente que “la escasez en que ha caído el arte de narrar se explica por el papel decisivo jugado por la difusión de la información”[20], porque, para él, “la mitad del arte de narrar radica precisamente, en referir una historia libre de explicaciones”[21]. Sin embargo, nada se aleja más de la verdad que la anterior afirmación, porque “lo principal del conocimiento histórico es la determinación conectiva de los hechos”[22]. Y para realizar esto hace falta hacer síntesis de los sucesos, y esto es la narración. Así pues, parece desacertada la visión de que la narración no necesita explicaciones, y mucho más en lo referente a la historia.

Sin embargo, mucho más adelante encontramos la siguiente afirmación en boca de Benjamin, que nos hace dudar de que lo anteriormente dicho se refiriese a la historia, cuando menos a la conexión que esta podría tener con la información. Así pues, afirma que “el historiador está forzado a explicar de alguna manera los sucesos que le ocupan; bajo circunstancia alguna puede contentarse presentándolos como muestras del curso del mundo”[23]. Por lo tanto, al menos afirma que el cronista es el encargado de narrar el decurso histórico y sus conexiones.

Hay que recordar que la historia exige un análisis y una síntesis, porque, si, como dice Benjamin, “lo extraordinario, lo prodigioso, están contados con la mayor precisión, sin imponerle a lector el contexto psicológico de lo ocurrido”[24], entonces no se realiza ciencia histórica propiamente dicha, puesto que la historia que es simple “enumeración” se convierte en una amalgama de piezas inconexas. Por lo tanto, se hace necesario que la historia como narración tenga una configuración y una trama que deberá ser dada por el historiador en el momento de narrar, es decir, un contexto y una secuencia ya que el historiador se encarga de re-construir la historia, y no solo mentarla de nuevo. Es un saber que continuamente vuelve sobre sus textos para realizar una profundización más honda en aquello que investiga[25].

Es curioso que aunque Benjamin afirme que la narración está llegando a su fin nos encontremos con la afirmación de que “la narración no se agota. Mantiene sus fuerzas acumuladas y, es capaz de desplegarse pasado mucho tiempo”[26]. Sin embargo, es una distinción que hace contraria a la información, la cual al ser de actualidad solo pervive en el presente y en él se agota, con lo que tiene que estar continuamente renovándose. Pero es, ciertamente evidente, que la narración siempre está presente, puesto que siempre puede hacerse narración histórica por el carácter de profundización que tiene.

La adecuada narración histórica

Para la verdadera y adecuada narración histórica hay que tener en cuenta el papel que juega el historiador. Este, en un primer momento, ha seleccionado aquellos testimonios que le será útiles para el desarrollo de la historia, pero también se ha de tener en cuenta lo que el investigador añade de sí mismo. Benjamin opina al respecto lo siguiente: “Y cuanto más natural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del autor, tanto mayor la expectativa e aquélla de encontrar un lugar en la memoria del oyente”[27]. Sin embargo, no se puede prescindir de forma completa de toda la intrahistoria, en palabras de Unamuno, que el historiador tiene, y tampoco se debe hacer.

Como ya se sabe, a la ciencia histórica se le han dirigido variadas críticas desde la metodología positivista en cuanto que no es capaz de asegurar la universalidad ni objetividad de su estudio. Pero resulta, la objetividad y la universalidad que se dan el la ciencia histórica no son como el de las ciencias positivas, sino que varían en un aspecto, a saber: no se apoya directamente en el objeto. La objetividad de la historia no es tal, sino que es certeza, una certeza que se apoya en los testimonios, pero que no es una pura creación del historiador. Asimismo, en cuanto a la universalidad de la historia, cabe decir que esta se apoya en la necesidad que el hecho pretérito tiene por el hecho de haber sucedido. El pasado no se puede cambiar, por lo tanto, no es contingente, sino necesario. Es cierto que, en el momento en el que era futuro, era contingente, pero en cuanto deviene en el presente y pasa a formar parte del pasado ya no puede ser de otro modo a como fue y, por ello, es necesario.[28]

Asimismo, cuando el historiador inicia la investigación histórica está añadiendo toda una visión de la vida que ni él mismo sabe que tiene, nunca ha reflexionado sobre ellos. Es cierto que para asegurar la mayor certeza histórica, el investigador no debe trasladar su presente a su investigación y debe cribarse a sí mismo para que esto no suceda. Pero lo que no se puede dejar de considerar es que el investigador es siempre un sujeto, y como tal no puede convertirse en un puro objeto para sí mismo, porque en sí misma la idea es contradictoria, ya que seguirá considerándose a sí mismo desde su propia subjetividad. Por lo tanto, el juicio histórico no es objetivo, pero tampoco es pura subjetividad, y mucho menos pura imaginación. No se queda tan lejos de la realidad, pues, la afirmación de Benjamin, pero de la misma forma, él también admite que la “huella del narrador queda adherida a la narración”[29].

La muerte autoriza la narración

Para Benjamin, las historias nacen a las puertas de la muerte. El narrador, cuando se encuentra ante la parca, narra de mejor modo toda su vida vivida, toda la experiencia, puesto que para él, solo el moribundo es aquel que tiene el material de todas las historias. Al mirar atrás y contemplar toda su vida, el narrador adquiere la autoridad necesaria para narrar. No deja de sorprender la feroz crítica que realiza a la sociedad de su tiempo al decir que “hoy los ciudadanos, en espacios intocados por la muerte, son flamantes residentes de la eternidad, y en el ocaso de sus vidas, son depositados por sus herederos en sanatorios u hospitales”[30], y siguiendo su discurso no se encuentra nada lejos de la verdad, puesto que si la experiencia forma la verdadera narración, solo en el momento de la muerte, ante la contemplación de esta, el narrador vuelve la cabeza para recordar todos aquellos momentos vividos, y nunca mejor dicho, los recuerda de la mejor manera. Como expresa J. Aurell, “es una experiencia cotidiana que buena parte de nuestros pensamientos y nuestras acciones tienen su origen en una mirada hacia nuestras vivencias pasadas incomunicables […]. Identidad y memoria, al fin y al cabo, se identifican”[31].

La memoria en la narración

Así pues, la memoria se funda en el recuerdo, y piensa Benjamin que “el recuerdo funda la cadena de la tradición que se retransmite de generación en generación […].Funda la red compuesta en última instancia por todas las historias. Una se enlaza con la otra, tal como todos los grandes narradores”[32]. Con todo, se puede pensar que Benjamin está pensando en una memoria individual que fundaría, junto con otras memorias individuales una historia colectiva. Y esto es importante, porque, “que la memoria tiene una función social evidente y por este motivo es preciso tener presente las dimensiones morales que comparta su orientación en la vida de los pueblos. El problema se plantea en toda su radicalidad cuando se hace una lectura del pasado donde predomina excesivamente una división entre vencedores y vencidos”[33]. Sin embargo, Benjamin no se centra en realizar una argumentación al respecto, para volver a comparar la novela a la narración. Para él, la memoria del novelista sería eternizadota, tanto en cuanto se centra en un acontecimiento concreto, mientras que la memoria del narrador sería transitoria, consagrándose esta a muchos acontecimientos dispersos.

Así, la gran contraposición entre la novela y la narración se da en que la novela da un “sentido de la vida”, mientras que la narración da “la moraleja de la historia”, además, la novela siempre tiene un fin, y nunca cabe hacerle la pregunta de ¿y cómo sigue?, mientras que la narración siempre puede contestarla. Y es así dentro del ámbito de la historia como narración, puesto que la historia nunca se detiene, siempre suceden nuevos hechos que en un futuro podrán ser considerados por el historiador para forjar una nueva narración histórica[34].

Conclusión

Como se ha podido ver, para Walter Benjamin la narración es un método que puede servirle al historiador, pero en su análisis observa como la narración aboca a un fin ya largamente anunciado. Es curiosa esta visión en la que se contrapone la narración a la novela, puesto que la narración histórica se acerca a la novela. Al negarle a la novela la capacidad de narrar está condenando a la narración histórica a un género desconocido. Parece ser que para él, solo la verdadera narración histórica válida sería la desarrollada por el cronista, con lo cual se estaría encasillando el conocimiento histórico en un género muy concreto del que no podría salir y que, evidentemente, le imposibilitaría en gran medida innovar sobre su propia estructura.

Asimismo, también cabe criticarle a Benjamin la concepción tan limitada que tiene de la narración, porque yo aún me pregunto ¿si la novela no es narración, entonces qué es? Y no parece haber una respuesta clara en el texto a cuál es el ámbito en el que se desenvuelve la novela. Parece ser que la narración tiene un ámbito determinado que no se hace explícito en el texto, y queda alejada de cualquier género literario moderno.

Sin embargo, la idea de que la narración está abocada al fracaso se ha visto aniquilada por todas las teorías que unen la narración con el conocimiento histórico. Con todo se ha visto que “la coherencia formal del relato histórico pasa a ser lo más importante, más allá de su concordancia o no con la realidad. La moderación epistemológica de los ensayos de Paul Ricoeur y Michel de Certeau no han hecho más que aumentar la sensación de que el tema estrella de la historia es, actualmente, el modo de narrar, la capacidad del historiador de construir un relato coherente”[35].

Así, se puede afirmar que “la distinción entre historia y literatura no radica en su forma narrativa sino en su contenido, real en la primera, imaginativo en la segunda. Lo que ha acreditado a los historiadores de todos los tiempos no es su grado de ‘cientificidad’ sino su capacidad para narrar una historia verdadera a través de un discurso referencial”[36]. Por lo tanto, la afirmación de Benjamin de que la novela se aleja de la narración histórica, y de que la narración muere progresivamente, se enfrenta a la objeción de que lo que distingue a una de la otra es el contenido, y no la forma narrativa. Por ello, la narración sirve como método para el desarrollo de un conocimiento histórico, tanto en cuanto, es la el discurso narrativo el que mejor expone las causas y las consecuencias de los eventos humanos. Y es el tanto el historiador como el novelista los que se sirven de la narración para desarrollar sus especialidades.

El problema que queda es determinar en qué lugar se debe poner la frontera entre la historia y la literatura, puesto que se puede pasar fácilmente de la una a la otra.

Bibliografía

· Juan Cruz Cruz, Filosofía de la historia, Navarra, Ediciones Universidad de Navarra, Editorial Eunsa, 2002.

· Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminación IV, Madrid, Editorial Taurus, 1991

· Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, en: Rafael Alvira, Héctor Ghiretti y Montserrat Herrero (eds.), La experiencia social del tiempo, Navarra, Editorial Eunsa, 2006.

· Jaume Aurell, “Hayden White y la naturaleza narrativa de la historia”, Anuario Filosófico, número XXXIX/3, Universidad de Navarra, 2006.

· Hanna Arendt, Entre el pasado y el futuro. Cinco ejercicios sobre la reflexión política, Barcelona, Editorial Península, 1996.



[1] Jaume Aurell sintetiza los cuatro grupos más influyentes sobre la nueva teoría de la narratividad en su ejemplar artículo “Hayden White y la naturaleza narrativa de la historia”, en: Anuario Filosófico, número XXXIX/3, 2006, pp. 642-643.

[2] Juan Cruz Cruz, Filosofía de la historia, Navarra, Editorial Eunsa, 2002, p. 27.

[3] Ibid., p. 27.

[4] Vid. Ibid., p. 18.

[5] Hanna Arendt, Entre el pasado y el futuro. Cinco ejercicios sobre la reflexión política, Barcelona, Editorial Península, 1996, p. 55.

[6] Vid., Juan Cruz Cruz, op.cit., p. 19.

[7] Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Madrid, Editorial Taurus, 1991. p. 111.

[8] Ibid., Walter Benjamin., p. 112.

[9] Ibid., Walter Benjamin., p. 112.

[10]Ibid., Walter Benjamin., p. 112.

[11] Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, en: Rafael Alvira, Héctor Ghiretti y Montserrat Herrero (eds.), La experiencia social del tiempo, Navarra, Editorial Eunsa, 2006, pp. 154-155.

[12] Vid., Juan Cruz Cruz, op.cit., p. 29.

[13] Cfr. Juan Cruz Cruz, op.cit., pp. 29-36 y 57.

[14] Vid., Walter Benjamín, op cit., p. 114

[15] Vid., Juan Cruz Cruz, op.cit., p. 47.

[16] Vid., Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, ed. cit., p. 149.

[17] Vid., Walter Benjamín, op cit., p. 115.

[18] Cfr., Walter Benjamín, op cit., pp. 115-116.

[19] Ibid., Walter Benjamin., p. 116.

[20] Ibid., Walter Benjamin., p. 116.

[21] Ibid., Walter Benjamin., p. 116.

[22] Vid., Juan Cruz Cruz, op.cit., p. 41.

[23] Vid., Walter Benjamin, op. cit. p. 123.

[24] Vid., Walter Benjamin, op. cit. p. 117.

[25] Al respecto, J. Aurell afirma que “el historiador no alcanzaría el conocimiento del pasado a través de su narración, sino que simplemente lo re-actualizaría”, en: “Hayden White y la naturaleza narrativa de la historia”, ed. cit, p. 627.

[26] Ibid., Walter Benjamin, op cit. pp. 117-118.

[27] Ibid., Walter Benjamin, op cit. p. 118.

[28] Cfr. Juan Cruz Cruz, op. cit, pp. 51-66

[29] Vid. Walter Benjamin., op. cit. p. 119.

[30] Ibid. Walter Benjamin, op. cit. p. 121.

[31] Vid., Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, ed. cit., p. 152.

[32] Vid. Walter Benjamin, op. cit. p. 124.

[33] Vid. Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, ed. cit., p. 167.

[34] Cfr. Walter Benjamin., op. cit. p. 125-127.

[35] Vid. Jaume Aurell, “La función social de la memoria”, ed. cit. p. 161.

[36] Vid. Jaume Aurell, “Hayden White y la naturaleza narrativa de la historia”, ed. cit. P. 641.

2 comentarios:

a dijo...

What a f..k!!!!
Al tio del post anterior le falto terminar con un "Hail Hitler"

Bien, ese es el dilema de la historia: si es una ciencia o no lo es.

Ser un historiador con buena narrativa nada te lo impide, sin embargo, ¿qué diferencia habría entre una crónica, una novela histórica y un verdadero estudio con metodología y demás haberes, si tan sólo te enfocas en escribir bien sin entender, explicar, argumentar y demostrar lo que dices? Sería como una pelicula taquillera, todos la vieron y ya.

A mi entender la historia es conocer el pasado para entender el presente y así poder cambiar el futuro. La hacen los hombres (la humanidad mejor dicho) pero el historiador -con una formación y metodología en mano- es quien la escribe (Lewkowicz decía que se debería convertir en una disciplina de intervención y no sólo de observación), de ahí que se diga que la historia juzgara puesto que todos tenemos un punto de vista y puede que éste esté acorde o no con lo que pensamos. Se vuelve algo subjetiva pero por otro lado es imposible llegar a ser objetivos, ahí esta el ejemplo del post anterior que hace de la historia lo que quiso, es algo que sufre por ser subjetiva desgraciadamente y agregale la impresente memoria colectiva, los dogmatismos, etc. Se vuelve un arma de dos filos.

En fin, una buena narrativa ayuda pero importa o pesa más la buena investigación, y de ahí que cada quien tome lo que le agrade.

natural viagra dijo...

Really great post, Thank you for sharing This knowledge.Excellently written article, if only all bloggers offered the same level of content as you, the internet would be a much better place. Please keep it up!